Simone Weil: experiencia mística.
(3 de febrero de 1909-1943)
Francia, de origen judío, familia burguesa, educada en el agnosticismo.
Se declara cristiana en 1938, pero, por solidaridad con los más pobres,
con los incrédulos, es decir, por vocación, decide no recibir el
bautismo. Según algunos testimonios más recientes antes de morir se hizo
bautizar por una amiga. Vivió diversas experiencias espirituales: Portugal (1936), Asís (1937) y Solesmes (1938).
Ideas: “Cristo ha descendido y me ha tomado”
“Sufre
(Pasividad mística) la “constricción”, la “impronta” de Cristo, con
quien se encuentra “cara a cara”, sin mediación de hombre, ni de
conceptos, ni de esfuerzo ascético. Un encuentro absolutamente
inesperado, que ella vive como si hubiera sido “violada”, y que es una
auténtica experiencia mística sobrenatural.
El Cristo que ha salido a su encuentro es el Cristo crucificado: “La cruz produce en mí el mismo efecto que en otros produce la resurrección”.
La
cruz, para ella centro del cristianismo, es suprema “contradicción”
(fondo último de la realidad y criterio de verdad), “desventura”
(histórica y ontológica), y también suprema “mediación”.
Es distancia infinita entre Dios y Dios, y cercanía infinita.
Cristo
en la cruz es el “desventurado”, contradicción y mediación viva, y
mediación entre Dios y Dios, Dios y el hombre, el hombre y el hombre, el
hombre y las cosas, las cosas y las cosas.
La
cruz es por tanto “punto de intersección entre este mundo y el otro”.
Por eso es lugar de mediación, en el que los extremos irreductibles se
encuentran y la contradicción se resuelve en suprema armonía.
Es el diálogo entre Dios y Jesús, regalado al universo (“En el principio era la mediación”) por eso es revelación.
En la
creación se manifiesta, no la omnipotencia de Dios, sino su disminución:
porque se retira y se esconde detrás de ella, confiada por el amor al
“azar” y a la “necesidad, permitiéndole así al hombre existir como un
“yo” libre. Esto es ya pasión y autovaciamiento. Desde allí Dios espera
al hombre.
Al
movimiento de la “creación”, el hombre responde con la “descreación”,
que consiste en pasar de lo creado a lo increado, siguiendo las etapas
correspondientes al descenso de Dios: renuncia a la fuerza,
desprendimiento , pobreza, atención, deseo, amor, muerte. Si el hombre
consciente en la muerte, el yo desaparece verdaderamente y el alma puede
decir: “Soy Dios crucificado”.
El universo, infinitamente lleno de luz sobrenatural, y de símbolos, reclama ser interpretado diversamente. Es un sacramento.
También
la historia camina hacia Cristo, que se ha encarnado en todos los
pueblos, y se encarnó personalmente en Galilea. Él es el puente entre
las culturas, las razas, las religiones y las épocas.
En
la vida social y política, la fuerza ha desarraigado al hombre. Es
preciso arraigarlo de nuevo a la tierra, en la familia, en la patria y
en lo sobrenatural. Lo sobrenatural elimina la fuerza y hace nacer la
“compasión”, virtud social por excelencia. Las estructuras sociales
tienen la función de desarrollar en el hombre la facultad del
“consenso”, que él, solo, ejercitará ante el misterio.
“La prueba de que uno ha encontrado a Dios no está en su modo de hablar de Dios, sino en su modo de hablar de las cosas terrenas”
Resumen:
Simone
Weil renunció a su cátedra de filosofía y se hizo obrera y campesina,
vivió entre ayunos, oraciones y luchas a favor de los pobres, buscando y
recreando las relaciones perdidas y esperando a Dios y a la muerte.
Y así murió, de hecho, viviendo una muerte mística, sola, en tierra extranjera, consumida por el fuego interior.
Por la seriedad de su vida y de su búsqueda del absoluto, es una testigo que vivió anticipadamente la angustia de los tiempos nuevos,
abriendo serias esperanzas de que se supere la fractura de los tiempos y
se creen puentes entre lo diverso, especialmente entre lo natural y lo
sobrenatural.
Por eso se propone como ejemplo de esperanza combativa y de mística resignación al misterio del dolor necesario, inserto en toda criatura humana.
(Resumen de: Diccionario de la mística”, Ediciones San Pablo.
Autor de la voz: Franco Castellana.
1 comentarios:
Apasionante y apasionada la vida de esta mujer, que ha influido en la filosofía y en la teología del último medio siglo. Ejemplo de fidelidad a sus convicciones, que la mantuvieron fuera de la institución eclesiástica católica y que la llevó, hasta las últimas consecuencias, a vivir su vocación en la defensa radical de la libertad de pensamiento. Los escritos de los últimos años de la vida de Simone Weil vuelven una y otra vez sobre esos temas que la obsesionan: la multiplicidad de tradiciones religiosas auténticas, la nefasta confusión entre la fe en Cristo y la adhesión a la Iglesia, la relación conflictiva entre individuo y colectividad.
Para acercarse a la talla intelectual y a los valores morales de esta mujer, y comprender su postura ante la institucionalización de la estructura religiosa, del cristianismo, creo que es muy útil la lectura de su correspondencia con Maritain, y también su “Carta a un religioso”, publicada en Trotta. Esta carta comienza así: “Cuando leo el catecismo del Concilio de Trento, me da la impresión de que no tengo nada en común con la religión que en él se expone. Cuando leo el Nuevo Testamento siento la certeza de que esa fe es la mía…”. Una vida comprometida, la de Weil, una postura honesta que muestra la fuerte tensión que enfrenta la autenticidad de una fe vivida radicalmente con el endurecimiento estéril del dogma y la doctrina.
En opinión de Simone, el futuro del cristianismo dependería de una transformación, de la capacidad de la Iglesia para convertirse en aquel árbol de la parábola en el que anidaban todos los pájaros.
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